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©Lamoureux Alexandre
Excalibur la espada mágica de Brocéliande

Excalibur, la espada legendaria

La espada forjada en las profundidades del reino de los antiguos dioses fue entregada al rey Arturo para una edad de oro que fue demasiado breve. ¿Quién no ha soñado alguna vez con la espada descansando en manos de las hadas, esperando el regreso de un héroe digno de ella?

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La espada mágica

Algunos la ven resplandeciente de joyas y filigranas de oro, otros la imaginan sencilla y sin adornos, un destello perfecto de plata… Caliburn, Caledfwlch, Escalibor o Excalibur, la espada del Rey Arturo sigue siendo el emblema más puro de la aventura artúrica. Es también el más deslumbrante, porque en la mano del Rey, «la espada brilla más que treinta antorchas». Forma parte de la tradición de héroes designados por las divinidades para guiar y defender a la humanidad con la ayuda de armas sobrenaturales: Aquiles, Sigfrido, Carlomagno, Roldán…

Un rey, una espada

En cuanto recibió Excalibur, Arturo supo que no era su propietario, sino sólo su guardián mientras durase su reinado. Es el único que la porta, con la excepción de Gauvain, su sobrino favorito, casi su doble. Y cuando se ve obligado por un hechizo a jugarse todas sus posesiones, sólo excluye a la Reina del trato, para protegerla a ella, y a Excalibur porque, explica, no le pertenece.

Excalibur, símbolo de protección y arma de las hadas

El reino artúrico, que se nutre de una herencia muy antigua, utiliza símbolos para asegurar el equilibrio del mundo, garantía de una prosperidad sin fin. En Barenton, las burbujas en el agua celebran la unión de los opuestos, encarnada por la pareja de hada y caballero. Para Arturo, Excalibur va de la mano de su vaina. El arma hiere y mata en justos combates al servicio del rey, su señor; la vaina le protege y le mantiene con vida. Aún más elevada es la dimensión espiritual que se desprende de la relación complementaria entre Excalibur y el Grial. La espada, un arma masculina, está custodiada por la Dama del Lago, y la copa llama a un rey.

Texto escrito por Claudine GLOT, Centre de l’imaginaire Arthurien (CIA)

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