El roble, el más sagrado de los árboles
Este es el más espectacular de todos: el Chêne à Guillotin, en Concoret, tiene una circunferencia de 9,65 m y unos impresionantes 1.000 años. Su tortuoso tronco esconde un hueco en el que cabrían una docena de personas. Cuenta la leyenda que un sacerdote rebelde llamado Guillotin se refugió allí durante la Revolución Francesa. 600 años más joven, el roble de Hindrés, en Paimpont, extiende sus ramas con garras a tiro de piedra de la tumba de Merlín, mientras que el Chêne d’Anatole le Braz, en las fraguas de Paimpont, debe su nombre a una conferencia que el escritor pronunció entre sus follajes.
¡Centinelas de la imaginación!
Firmemente plantado en Campénéac, a 20 metros de altura, el castaño de Pas aux biches hace olvidar sus 400 años. El haya de Ponthus, en Paimpont, es una de las joyas del bosque. Desde hace tres siglos, está protegida por korriganes. Cerca de la fuente de Barenton, su follaje desprende una atmósfera mágica. Igualmente cargada de misterio, la Haya del Viajero se alza alejada de la carretera. Buscarla es una utopía. Viene hacia usted, creando un encuentro inolvidable y magnífico.
En La Chapelle-Caro, un tejo de 600 años se alza junto a la iglesia, custodiado por Maurice. En otros lugares, atentos propietarios, agentes de la ONF o duendes cuidan de los árboles centenarios.
¡Siempre nueva vida!
Haciéndose eco del bosque ancestral y de sus árboles estrella, la gente reinterpreta la naturaleza diseñando parques y jardines. En el siglo XIX, los castillos de Kerguéhennec y Loyat estaban rodeados de parterres y caminos. Especies procedentes de América crecían junto a castaños, robles y carpes. Magníficos ejemplares se exhiben en medio de céspedes. Más recientemente, el arboreto de Point Clos y los Jardines de Brocéliande han introducido nuevas ideas plantando árboles frutales y conservatorios botánicos, colecciones aprobadas por el conservatorio nacional de colecciones vegetales.
Texto redactado por Annick André.